A cada estrella o planeta que creaba un trozo de su vida se
consumía.
Esto no detuvo su paso y siguió con su infinita obra a
través del universo.
Sus fuerzas llegaron al punto de consumirse de forma
preocupante hasta para su propia existencia.
Él era consciente de su fin y decidió detener su paso y se
hizo una pregunta
¿Para quién construye este universo?
Miró hacia atrás y vio la soledad y el silencio perpetuo de
la nada.
Solo en el infinito meditó en la brevedad de su existencia y
la obra que había realizado.
Un legado que no disfrutaría nadie.
En ese momento la solución a su gran dilema parecía aparecer
de repente.
Partiría su cuerpo en dieciséis trozos y de cada uno de
estos nacería un hijo para que acabasen la obra que él había comenzado.
Con solo desearlo su cuerpo se desmembró de forma grotesca y
estos trozos de carne se moldearon en forma de hombres y mujeres.
Diez fueron los varones y seis las mujeres que salieron de
su cuerpo.
Ñhun no quiso desaparecer del todo y sus ojos se
convirtieron en dos soles gemelos para contemplar su obra por toda la
eternidad.
Cada Dios que nació de su cuerpo tuvo un poder proporcional
al trozo de carne con el que había sido formado.
Los más afortunados y herederos del gran poder de Ñhun
fueron Kanos y Varos.
Bajo la atenta mirada de su padre, estos dioses unieron sus manos y
formaron una residencia que cubriera todas sus necesidades a perpetuidad.
Esta residencia de los dioses se llamó el Hanan.
